viernes, 11 de enero de 2013

El huracán imaginario

Tras la borrasca que se lleva parte de lo que con tanto cariño he ido construyendo en mi interior, en la quinta montaña, vuelvo, y me sereno. Pues todo ha sido un sueño, todo sigue igual, y el dolor del agua, del huracán, sólo ha rozado mis entrañas, como un acto exterior que yo he dejado que me toque.
Como la reina en una tabla de ajedrez, que un día se siente peón, y decide voluntariamente dejar el lugar que es el suyo. Porque los caballos le hicieron pensar que nunca llegaría a ser lo que, por potestad, le corresponde, y las torres se colocaron delante, formando un muro infranqueable, para taparle el sol, y no dejarla pasar. Y la reina segue dolida, porque tiene un sentido de la justicia tan acusado, que sólo descansa tranquila cuando todo queda en tablas, o cuando gana sin hacer daño. Y es que, lo que no le deja dormir por las noches, es la sensación de haber vivido una jugada, una batalla, que había estado disfrazada de afecto, y había terminado en una abandono cruel y emponzoñado.
Después de haber cargado con su mochila, y con todas las que se le cruzan. Ella, que cuando no ocurre lo que espera, entonces se convierte en una sanadora de piezas, y, desde lejos, sólo quiere dejar una bonita huella, una caricia que calme una herida, cuando construir un camino, una partida, no es posible.
Y no se quiere volver a quejar, ni pensar más en esa tabla en la que se ha quedado sola, desde hace mucho tiempo, intentando asimilar, intentando que todo cobre sentido, un sentido que le calme, que la alivie, donde tú no estás, donde todo el mundo abandonó.
Y así, acariciar su propia herida, abandonar el lugar cómodo y triste del peón, abrir los puños, levantar los brazos, porque todo está bien, la reina vuelve, y el huracán ha sido sólo imaginario.


Fuentes: El dolor del agua, La quinta montaña, Valhalla, único testigo, mi sentido de la justicia, y la infancia.

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