lunes, 24 de diciembre de 2012

Invierno y Primavera

Todos llegamos al mundo por alguna razón.
Aunque también puede que desde las alturas haya un Dios ebrio, carente de empatía y lleno de sentido del humor, satisfecho de que seamos marionetas con las que pasar las horas entretenido, sin tener que plantearse qué debería hacer ahora, con el mundo y con nosotros, una vez que nos ha creado, y que le seguimos mirando desde abajo, entre dudas e interrogaciones, esperando que nos diga cuál es el siguiente paso, ahora que vivimos cómodos y está todo prácticamene inventado.
Algunas personas, la mayoría, llegan sin preguntar mucho, hacen lo que creen que tienen que hacer, y se van. Sin hacer ruido, sin molestar. Otras vienen encolerizadas, rompiéndolo todo a su paso, convirtiendo la belleza en ruinas, y culpando a otros por su comportamiento.
Hay muchas maneras de cambiar el mundo.  Los hay que tienen paciencia. Los hay que no pudieron esperar, y enfermaron de tristeza. Otros, sencillamente, no saben a lo que han venido. Y de esos, algunos están preocupados por descubrirlo, y otros no. Los que no están preocupados, viven en el mundo del ajetreo, del movimiento. Los que quieren saber, son los favoritos del Dios ebrio. Esos son los que más le divierten. Y de ahí salió la que conocemos como Primavera.
Y luego, están los que viven con prisa, aunque llegaron tarde. Son viejos porque no dejan un segundo de espacio, porque a todo momento están maquinando, pero son jóvenes, porque están muy vivos, entusiasmados con la vida y todo el frente y abismo de posibilidades, aunque se apartan del resto. Y viven como lobos esteparios. El Invierno pertenece a este grupo.
La Primavera, en cambio, nació despacio, serena, tranquila, tiene tanto que vivir aún, que es como si siempe se estuviese reservando para lo nuevo que llegará, y por eso parece eternamente joven.
El Dios ebrio se frota las manos cuando dos seres como estos, se juntan. Pues ¿Cómo pueden converger, el Invierno, que mora en las cavernas, que inventó el ukelele, que hace revivir las lenguas muertas, las costumbres antiguas, los atuendos raídos, las elegantes maneras, los países de sabios? ¿Cómo puede el Invierno prendarse por la Primavera, apacible, que nace, pace y muere en el mismo estado, en el mismo sitio, con cara joven aunque de edad avanzada? y mientras el ser de las cavernas heladas ha dado cincuenta pasos, el ser de primavera florecida ha dado cinco, y a veces, ni eso. La Primavera vive enojada consigo misma, porque siempre está fuera de la caverna, y cuando vuelve, ve que lo ha descuidado todo, y se pone a llorar. Y echa de menos lo que ha dejado en el exterior. No entiende que fuera haga sol, que la vida sea preciosa, maravillosa, pero que con eso no baste. Hay que crear algo, ser Primavera no es bastante. No es suficiente la alegría, la belleza, el sol, el lobo estepario.... Y el Dios ebrio se divierte.
Y Primavera se frustra. Se rebela contra ese destino. Ella que no entiende, que no sabe lo que tiene que hacer ahora, y no le importaría morar en el frío. Mientras que el Invierno ve tan diáfano el futuro, porque el frío aclara las ideas del corazón. En cambio la Primavera siempre anda en las nubes, embriagada del pólen de las flores, siguiendo el vuelo de las avejas... y el Invierno se había enamorado de este dejarse mirar, por eso no abandonaba a la Primavera, ella que quería ser verano cuando clamaba por estar cerca de él, porque pensaba que así el frío se notaría menos.
El frío había nacido con entusiasmo, joven y viejo, queriendo hacer figuras con su hielo. Y ella, primavera, que se ponía a jugar y luego no quedaba nada, porque era intempestiva, y a veces llovía y el agua se llevaba todas sus ideas.
Cuando el invierno llegó a consolarla, la primavera se lanzó al vacío, sin pensar. Claro que sí, mi amor, iré donde tú me digas. Sus amigas, las flores, le decían que no le hiciera caso, que ellas eran expertas y sabían que el invierno es traicionero, que al principio es suave y soleado, pero luego se vuelve duro, y entonces te da escalofríos. Te acurrucas y te abrazas a tus rodillas, pero ese frío ya no se va, y te deja helado el corazón. Primavera se encerraba a llorar en su cuarto, porque Invierno la abandonaba cada dos días, y ella siempre temía que no volviera nunca. Se había acostumbrado a esa risa gélida, a ese ukelele con cuerdas de vaho. Pero el Invierno estaba tan entusiasmado con la vida, tenía tanto por hacer, y estaba tan seguro de que siempre estaría con Primavera, y que ambos tendrían Otoños y Veranos después... Pero ella estaba desconsolada, se había vuelto gris, vivía despacio y no entendía que el ritmo del sol y la tierra fuesen distintos.
Hasta que un día, ella lo entendió todo, y dejó de llorar. Era uno de esos días en los que Invierno la llamaba para decirle que la quería y que siempre estarían juntos, después de haber desaparecido unos días, cuando ella había perdido toda esperanza. Y entonces lo vio: ella estaba hecha de luz, de calor, por eso Invierno no había podido resistirse. Porque la primavera es de donde las plantas florecen y los galanes de noche encuentran su morada, donde la esencia vive y se hace perfume. El olor a frescas montañas, a ríos tranquilos donde el Invierno se baña cuando está de vacaciones.

(Fuentes: Cuadernos de viaje de Heinrich Heine, reflexiones de Cicerón, el pantano de la tristeza de Michael Ende,  Kierkegaard y el abismo que da vértigo, Herman Hesse)

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